martes, 19 de octubre de 2010

Reflexionando y percibiendo, Vol 1,5

Y otra vez los rayos imprescindibles de calor golpean mi piel. Es que el sol está allá arriba iluminándolo todo, es un dios para mí, mi dios. Siento su amor, semejante al de cualquier madre, que me cobija bajo su encantadora sensación de luminosidad. Ese amor que todos los días está presente en mí, desde que abro mis ojos hasta que la noche viene a reemplazarlo.

Me acomodo y relajo en la arena que se presenta tan suave para mis pies descalzos. Estos pies que se sienten libres de una vez, que escapan del repudio de la sociedad que tan mal los ve cuando estos caminan sobre la calle desnudos, como debería ser. Siento esos pedazos de rocas triturados cosquillear mi piel, jugar con ella, invitarla a regocijarse en los condominios de lo natural. Ese colchón de diminutas partículas es el mejor que he probado en toda mi vida, mi cuerpo se acopla y encuentra una moldura perfecta para poder experimentar el sentimiento de confort máximo.

La suave brisa acompaña esta odisea acariciando mi cuerpo de forma ligera, ingresando en mí, formando una sola persona, una sola cosa, un solo ser natural. Un encuentro de almas separadas, un retorno temporal a los orígenes de nuestra especie. Dos almas separadas se reencuentran, y el río conforma el fondo perfecto de este precioso momento. Ese lecho de agua dulce descansa tranquilo allá atrás y deja entrever un sentimiento de paz y tranquilidad que hoy en día no se ve tan seguido. Mi vista nunca encontró un retrato tan reconfortante como este, el sol refleja su calor y luz en la superficie del agua y genera un efecto casi enceguecedor en mí. Una ceguera temporal, creo ya la única que me produce placer, me permite desconectarme un rato y darle un poco de respiro a mis ojos que tanta desgracia y sufrimiento ven hoy en día.

Es hora de acercarme al río. Un pie primero, el otro después. Me voy adentrando en la inmensidad de este caudal de agua fresca y rejuvenecedora. Y empiezo a sentir el líquido fluyendo por mis piernas, luego por mi pecho, y luego el sonido ensordecedor y tranquilizador de vacío se hace presente en mi cabeza, pienso, me descargo, grito, y todo se reduce a un simple burbujeo. Qué simple. Qué lindo.

Saco mi cabeza de abajo del agua y la sacudo para secar un poco mi pelo. Y allá se va. Mi dios, mi sol, se aleja, el día se apaga, la vida persiste en lo oscuro y desconocido. Esa imagen es digna de ser fotografiada y encuadrada, el sol se une con la infinidad del río, se refleja en él, forman un solo paraíso terrenal. Y la noche se acerca, y la noche me dice que mañana de nuevo sale el sol.

viernes, 5 de febrero de 2010

Reflexionando Vol. I

Y me sentí libre por un momento en ese mar de incertidumbres que azotaban mi cabeza sin cesar. Me encontré volando por la inmensidad de los sentidos, un mundo dónde uno se acostumbra a perder la cordura y desmembrar las rutinas sin rumbo alguno. Inmenso placer producía en mi percatarme de lo hermosa que se encontraba la naturaleza y lo tierna que había sido como madre frente a nosotros. Me regocijé en su manto y encontré la manera de escapar a la realidad que tanto me castigaba, esa realidad que nos vendían y nosotros aceptábamos sin más reproche. Esa situación que nos impone este mundo cruel, en donde unos pocos quieren convencernos y persuadirnos que nuestra realidad es aquella que ellos plantean, en donde un grupo de descerebrados se desviven por hacer sufrir a la gente para obtener así la capacidad de enriquecer sus arcas cada vez más. Nos prohíben las drogas, el cigarrillo y el alcohol a los menores, pero desde chicos nos imponen tomar café, tomar Coca-Cola, ir a Mc Donalds, a mirar televisión, a creer que todos los medios nos vienen de frente con la verdad. Nos hacen creer que por tener un buen auto estacionado en la puerta de nuestros hogares, una casa de fin de semana con una pileta de proporciones siempre mayores a la de nuestro vecino, una familia que esté siempre bien vestida, vamos a ser mejores personas y vamos a actuar de forma más correcta como seres humanos, aunque no nos alcance para poder afrontar otros gastos. Nos quieren hacer hacer dueños de su verdad, nos quieren libres de pensamientos y observaciones, de tener la capacidad de filtrar y masticar todo lo que nos mandan, y lamentablemente no es así. La verdad no es una, casi todo se torna subjetivo ante mis ojos, mi realidad se desfigura en mi interior, refractándose en millones de miradas intensivas que buscan una explicación que sea suficientemente lógica para mis neuronas.
Una vez más me pierdo en la suavidad del verde pasto y en su sabrosa textura, en las fragancias que se entremezclan en mi nariz y se fusionan para nunca perderlas de mi registro, la suave brisa se recuesta en mi piel y me acaricia sin intención alguna. Armónicos sonidos impregnan mis oídos en una sintonía que suprime cualquier indignación alguna. No me preocupo, porque la verdadera vida está dentro de uno.

jueves, 20 de agosto de 2009

Te prometo...

Te prometo un beso y un abrazo.

Te prometo flores y caricias. Sentidos y fragancias.

Te prometo un casamiento en Hawaii en la orilla del mar. Te prometo cobijarte cuando haga frío. Te prometo los más exquicitos platos de comida Hindú que nunca probarás.

Te prometo tardes de juegos con nuestros nietos. Tirarnos bajo las estrellas y admirar la belleza del firmamento de donde vos caiste. Te prometo nunca apagar tu fuego estrella mía. Te prometo la distancia y la cercanía. Te prometo enamorarte, desenamorarte, enamorarte de nuevo y que seas siempre mi companía.

Te prometo... Te prometo no prometerte nada.

Solo vivamos...

sábado, 21 de febrero de 2009

Cactuslandia.

Tomando una cerveza con Jorge, un gran amigo que había conocido en Villa Gesell en unas vacaciones hermosas juntos a hermosos amigos, me contó de su viaje a un mundo divino. Relató detalle a detalle su travesía a ese lugar paradisíaco, lleno de solidaridad, compasión, paciencia, fé. Un lugar donde las personas eran similares por fuera, y totalmente diferentes por dentro. Sus corazones, eran verdes, porque nunca maduraban, siempre estaban dispuestos a cosas nuevas, a aprender y enseñar día a día, porque siempre estaban llenos de esperanza . Una esperanza cristalina como el agua de un oasis en el desierto donde se encontraba Cactuslandia. Un sitio en donde la bondad sobrepasaba las fronteras de la razón, un lugar donde el sentimiento y la piel se unían en uno solo.
Lo miré fijamente, y pude ver reflejado en sus ojos las blancas arenas de las playas de cactuslandia, y pude dificultosamente diferenciar la línea qué allá, lejos en el horizonte, separaba al cielo y el mar. Todo lucía resplandiente y pulcro, todo era tan perfecto.
Me sonrió, y con una mirada cómplice, me estiro su mano como invitándome a sujetarla. Fijo su mirada en la mía y me dijo : ¿ Querés ir?. Yo acepté sin dudarlo.
De pronto sentí que mi corazón latía a mil por hora, mientras el me decía que en cactuslandia todo era tan natural, todo era color de verde. Lentamente empezamos a bajar la velocidad, yo no tenía mucha idea de lo que nos estaba sucediendo. Y de repente nos encontramos frente a una gran entrada con un cartel que decía: bienvenidos a Cactuslandia. Pude observar que el suelo se encontraba recubierto de espinas. Ahora entendía el porqué del nombre del lugar. Levantando la su cabeza hacia el sol, me dijo con una pequeña sonrisa: " Cactuslandia es un paraíso terrenal, al que muchos llegan y pocos entran, un lugar aptos para personas que han tenido los pies sobre la tierra, y que después de tanto tiempo de tenerlos, han logrado acostumbrarlos a las espinas. Un lugar donde no existen las dudas ni las expectativas ni las preocupaciones, ni los horarios de oficina. Un sitio mágico e inigualable, hecho para aquellos que realmente se lo merecen". Eso sonaba lógico, pero como podía mi querido amigo Jorge ingresar ahí. Mientras vacilaba, mi compañero se adelantó responder mi inquietud. " Yo soy un espíritu libre, que ha viajado por todo el mundo y los mundos, que ha tenido los pies sobre la tierra, el sol y la luna. Que ha conocido las profundidades de los mares y el calor de un volcán en erupción"
Ese fue el día en que conocí a mi amigo Jorge.

lunes, 9 de febrero de 2009

Arcoiris.

Te odio cuando sos roja. Me quiero vengar de vos cuando sos verde. No puedo dejar de amarte cuando sos naranja y de desearte cuando te tornas amarilla. Te espero cuando estás azulada y la desesperación me invade cuando te ponés violeta. Sos única y perfecta, tan brillante pero fugaz a la vez. Es cuando los rayos del sol y la fina pero insistente lluvia de verano impactan mi cara, el momento en el cual tu resplandor me enceguece. Y te veo allí, tan lejos, inalcanzable, tan observada por los demás, pero tan solitaria al mismo tiempo. Pero al fin y al cabo no sos más que un reflejo de un amor pasajero como el alguacil que anticipa tu llegada.

viernes, 6 de febrero de 2009

Mentes de sol.

Berta es negra y su corazón gris. Hoy, se levanta de su cama negra, se pone sus pantuflas negras y va hacia el baño. Abre la puerta negra, y se mira al espejo. Con sueño, se observa en el espejo: la misma cara negra de todas las mañanas. Lava sus dientes, y después de hacer sus necesidades se dirige hacia la cocina. Saluda a su madre, a sus hermanos, y reza por su padre que descansa en el cielo. Es la mayor de los hermanos, negros por cierto. Toma su taza negra, y su madre le sirve un desabrido té de boldo y le ofrece con una sonrisa forzada un pedazo de pan, algo duro por cierto.
Ya lista, se dirige hacia a su único sustento: un carro negro tirado por un caballo negro. Despide a su madre con un beso, y procede a arrancar su mañana laboral junto a sus pequeños hermanos. Ella también es pequeña, pero a esta altura sus 12 años la convierten en una mujer, con obligaciones.
Luego de un par de horas, se acercan a un kiosco y preguntan la hora, ya que en este mundo en el cielo, lo único que se puede observar es la oscuridad, suena algo raro pero así es. Los corazones son de matices grises, y los ojos son lunas llenas, los cuerpos son sombras andando, queriendo escapar. Y yo acá me pregunto, ¿ por qué se ve todo negro? Hasta que encuentro una simple respuesta, tengo mis lentes de sol puestos. Es cuestión de sacarmelos... HUY! Me invade la oscuridad! Con razón mami me dijo que nunca me los saque....



¿ Dónde venden mentes de sol?

Llegar al sol.

Llegar al sol es como llegar al corazón de una mujer. Cada palabra, cada abrazo, cada beso se convierte en un escalón. Cada gesto, cada mirada, cada acción, es un peldaño de una gran escalera llamada amor. Habrá escalones que se romperán, oxidarán, caerán, habrá momentos en los que no tendrás recursos para poder construirlos, pero a cada instante sentirás que cada vez son más los rayos de luz que impactarán contra tu rostro. Será, tal vez, cada vez mayor el calor que sentirás, o habrá momentos en los que te sofocarás... Pero... ¿ A quién no le gusta jugar con fuego?